sábado, 4 de febrero de 2017

Sermón de san Blas. 1770.


Sermón de la fiesta de san Blas, atribuido a fray Miguel Pastor, presbítero de la orden de predicadores, vicario de la parroquial de Quatretonda.  Adaptación.

Según consta en el Archivo Parroquial de Montaverner administró el sacramento del bautismo a un niño el día 19 de abril de 1770.

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24).

¡Qué gran solemnidad celebramos hoy! Un día grande por el entusiasmo, la solemnidad y el motivo.

Esta es una gran fiesta por los actos que los actos que realizan los generosos y agradecidos corazones de los hijos de Montaverner; por la importancia de la celebración, porque el santo al que celebramos es el insigne obispo y glorioso mártir de Jesucristo S. Blas; y finalmente es un día grande porque él fue y es protector y abogando contra el garrotillo y los males de garganta.

Así deseo recordaros el drama vivido por este pueblo en el año 1677. ¡Pobre villa de Montaverner! ¡Cuánto dolor y sufrimiento se descargó sobre los inocentes niños! ¡La espada degolladora de los primogénitos de Egipto se desenvainó contra ellos! ¡Cuanta angustia sobre los habitantes!

Disfrutaba este pueblo de la salud y de repente cambiaron las circunstancias, desencadenándose el furor divino y derramándose sobre la población los siete cálices llenos de la ira de Dios. El aire que corría ligero para beneficiar a los habitantes, como hubiese acampado en las lagunas más pantanosas y los  cenagales mas pestilentes, trajeron a Montaverner un viento contaminado y lo transformaron en el teatro más funesto. Así los niños se vieron agredidos por la epidemia del garrotillo, muriendo muchos, enfermando la mayoría, quienes mientras esperaban morir pronto respiraban por la llaga de la garganta.

Todos se encontraban pálidos, confundidos, consternados y llenos de pena. Todo era amargura, cada madre era una Raquel llorando sin consuelo la muerte de sus hijos, incapaz de enternecer a las montañas. Los médicos se desvivieron, pero no hallaron receta favorable. ¡Qué lástima, hermanos, sería ver en Montaverner tanta desgracia.

Buscaron todos los medios para aplacar la epidemia y acudieron a la piedad divina, mediante votos y oraciones. Sin embargo las víctimas aumentaban hasta que Dios, quien libro a Jerusalén y Samaria, movió sus corazones para que recurriesen al patrocinio de San Blas, quien es abogado contra la enfermedad del garrotillo.

La imagen, prestada por la parroquia de Bélgida, fue trasladada en procesión y cuando entró en la villa se renovó el milagro sucedido en Roma durante el pontificado de S. Gregorio Magno. Allí la visita de la imagen de la Virgen María curó de la peste a toda la ciudad. Lo mismo sucedió cuando entró vuestro patrón s. Blas en este pueblo, erradicándose totalmente la epidemia, no enfermando ningún vecino y mejorando los que enfermos. Así en agradecimiento el pueblo realizó el voto de celebrar todos los años fiesta este segundo día de Pascua de Resurrección, del que se cumplen noventa y dos años y veinticuatro días.

  Esto nos recuerda el episodio de la viuda de Sarepta y el profeta Elías. Enfermó su hijo único, paralizando su cuerpo hasta impedirle respirar: “después de estos hechos, cayó enfermo el hijo de la dueña de la casa; su mal fue agravándose hasta el punto de que no le quedaba ya aliento” (1 Re 17, 17). En estas circunstancias recurrió con gran fe al profeta Elías a quien consideraba santo y poderoso: vino el profeta y rezando por el niño consiguió de Dios la vida y la salud, y así, viéndolo libre de la muerte lo entregó a su piadosa madre diciéndole: aquí tienes piadosa madre a tu hijo sano y bueno, “tu hijo está vivo” (1 Re 17, 23).

Al contemplar esta piadosa mujer el milagro realizado por Elías con su hijo, llena de alegría y gratitud le dijo: “ahora sé que eres un hombre de Dios, y que la palabra del Señor está de verdad en tu boca” (1 Re 17,24).

¿No es este milagro algo semejante a lo ocurrido en este pueblo por San Blas? Me parece que sí. Porque si allí Dios envió al niño hijo de aquella mujer una enfermedad tan grave que no podía respirar, también sobre los niños de esta piadosa villa envió Dios una terrible constelación de garrotillos, enfermedad fuerte, pues es un tumor en la garganta, que inflamando las glándulas impide la respiración, de tal manera que ahoga e impide respirara la persona como si le matasen con el cruel garrote vil. Si entonces acudió con rapidez la piadosa madre al profeta Elías, esta cristiana villa acudió con mayor velocidad al obispo S. Blas. Si allí la oración de Elías hizo que sanase el niño, aquí la intercesión de S. Blas por los hijos de Montaverner logró la curación de todos, exclamando los padres, las madres y los vecinos lo que dijo la mujer a Elías: “ahora se” (1 Re 17, 24).

Oh glorioso san Blas, oh único patrón y abogado nuestro. Ahora en este milagro hemos conocido que eres un varón de Dios que consigues de él todo lo que le pides, porque si entonces eran los hijos de Montaverner devotos de san Blas, desde ese día lo han sido mucho más, porque llenos de entusiasmo y gratitud, hicieron el voto de celebrar esta fiesta, no dejando nunca de cumplirlo y así dando a Dios el mayor culto y a san Blas el mayor agrado, asegurando con ello su mayor intercesión y patrocinio. Este es el motivo de la acción de gracias que celebra esta ilustre villa. Y para que yo pueda decir más de las glorias de vuestro patrón S. Blas ayudarme a pedir la ayuda de la Gracia Divina. Avemaría.

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo” (Mt 16, 24),

 Jesús es el Capitán General de la milicia cristiana, quien vino al mundo para dirigir los soldados en la conquista de la gloria. Y así arenga en el evangelio de nuestra fiesta diciendo: “si alguno quiere seguirme”. Si alguno voluntariamente, sin obligarlo, porque no quiero soldados esclavos sino voluntarios. Si alguno pues, dice el Señor, voluntariamente quiere seguirme que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.

¡Oh Señor, exclama S. Bernardo, y que pocos son los que quieren seguirte, siendo así que nadie hay que no quiera ir a ti!. Todos quieren reinar contigo, pero no sufrir contigo. No buscan a quien desean hallar, Desean tenerte, pero no quieren seguirte. Por saber Cristo que serían pocos los que aceptarían sus condiciones, puso aquella condición única en su mandato: ‘si alguno quisiera seguirme’, como si dijese: ‘si de todos los hombres y mujeres del mundo, alguno o alguna quisiera seguirme, que tome si cruz y me siga’. Pero sabiendo Jesús lo difícil que es negarse uno a sí mismo, es decir, renunciar a todo lo que nos gusta, no haciendo nunca la propia voluntad sino la de Dios, y lo amarga que es la cruz de los trabajos, el sacrificio y mucho más el martirio que nos propone, para endulzarla el evangelio nos ofrece un premio tan grande como la vida eterna y la corona valiosísima de la gloria, porque “el que quiera perder su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 26), escribe Mateo.

Escuchó este mandato del capitán Cristo nuestro afamado patrón san Blas, enamorado de este señor y motivado por el gran premio que le promete, saltó a la plaza como voluntario bajo sus banderas; y desempeñó tan fielmente las obligaciones del buen soldado de Jesucristo, que tomó y llevó no sólo una cruz, siguiendo el mandato de este Señor, “tome su cruz”, sino que cargó con dos: una en el pecho y la otra en los hombros. La cruz del pecho era pesada y la de los hombros mortal. La pesada cruz del pecho era la dignidad de ser obispo, la cruz mortal de los hombros era la persecución en la que sufrió el martirio. Le veneramos en el primer punto por ser un gran obispo y en el segundo por ser un gran mártir. Esta es la idea.

Si recordáis las historias humanas y divinas veréis como la virtud ha sido siempre el medio más poderoso para exaltar a los hombres; para ascender al monte del honor la senda más frecuente les la mansedumbre y la humildad. No deseo ofreceros otro argumento que invitaros a mirar a san Blas, el centro de esta fiesta:

Contempladle siendo obispo de la ciudad de Sebaste, pero no la consiguió con astucia y pactos, como hizo Simón, quien consiguió que el rey Demetrio le restituyese en el sumo sacerocio (1 Mac 13, 42). tampoco lo obtuvo con engaño y dinero, como Jasón compró de Antíoco el pontificado (2 Mac 4, 13), ni con simonía, con la que Graciano pretendió la dignidad más augusta de la Iglesia. Todos los méritos de san Blas nacieron del esplendor de su santidad, de la pureza de su conciencia y de la sencillez de sus costumbre: quien por su mucha santidad fue elegido por los cristianos de la misma ciudad obispo. Todos leían en él un evangelio vivo, siguiendo las muchedumbres a quien ofrecía los consejos del Salvador. Le miraban como un hombre a quién los afectos de la carne y la sangre no lo condicionaban, viviendo sólo para Jesucristo y como un hombre irreconciliable con los sentimientos de amor propio. Por este carácter era conocido cuando por unamínidad fue elegido obispo de la ciudad de Sebaste. Y como no lo logró mediante la adulación, el parentesco y el soborno, sino por el mérito de sus virtudes, su gobierno fue feliz. Así cuando tuvo que tomar y llevar sobre su pecho la cruz o pectoral de obispo, cruz que tanto le hizo sufrir a Nuestro Señor, según afirmó mi padre san Vicente Ferrer, la aceptó llorando.

Consideraba Blas que el hobispo debe ser un hombre tal como lo describe san Pablo en la carta a Timoteo. Y tan lejos estaba de imaginar podría llenar las esperanzas que el pueblo había concebido en el pueblo por sus méritos y aptitudes, que desconfío de ello y lo juzgaba como una tarea tan difícil que le hacía llorar. Leed las historias de los santos y veréis con que horror miraban la cruz pectoral de obispo.

Me acuerdo que san Gregorio Magno estuvo muchos meses escondido en una cueva, temiendo le cayese sobre su cabeza la tiara papal; san Ambrosio para no ser elegido obispo salió huyendo de Milán, san Juan Crisóstomo por el mismo motivo se escondió en un bosque, y aquel santo monje llamado Amonio se cortó una oreja. Si Blas no imitó a estos en la fuga, sí lo hizo con toda la resistencia posible. Pero, ¿por qué llora Blas al nombrarle obispo? Porque el santo era muy humilde y se consideraba el más indigno para recibir la mitra. Tenía presente que ser obispo y pastor era una misma cosa, porque el obispo debe cuidar de las ovejas, conducirlas a los pastos saludables, no exponerlas a ser presa de las garras del lobo carnicero, y en caso de que peligrase la fe de sus ovejas, los feligreses, debe seguir el consejo de Cristo: defenderlas con la vida. Al que le cargan con la cruz de obispo le obliga la ley de Jeremías:

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